La pobreza es un poderoso factor que puede alterar las trayectorias de desarrollo cognitivo, socioemocional, de salud y físico. La mayoría de los trabajos de investigación orientados a dar cuenta de los mecanismos psicológicos subyacentes al impacto de la pobreza se han centrado en las hipótesis de inversión parental y en las prácticas de crianza de los hijos. Gary Evans y otros colegas de la Universidad de Cornell acaban de publicar una perspectiva en la que intentan describir una tercera vía complementaria: la del estrés crónico y las conductas de afrontamiento ante situaciones estresantes.
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